LA CUEVA DE LOS FRANCESES Y EL 2 DE MAYO

Napoleón Bonaparte

En Santa Elena, la isla prisión del Atlántico Sur donde fue confinado hasta su muerte en 1821, Napoleón Bonaparte se lamentará amargamente de su obstinación por sumar el Reino de España a su imperio en 1808. 

«La Guerra de España me ha perdido», llegó a decir.

Y esa larga y desigual lucha iniciada en los cuarteles de Monteleón de Madrid el «Día de la Ira», 2 de mayo de 1808, prendió la mecha de la colérica rebelión colectiva que, como reguero de pólvora, se extendió rápidamente por toda España, contando también con un foco de heroica resistencia en la Montaña Palentina.

En la madrileña plaza del 2 de mayo, se rinde homenaje a Daoiz y Velarde frente al arco de Monteleón

Juan Malasaña

Las pruebas de la cercana gesta fueron aportadas por el mudo pero elocuente testimonio de más de un centenar de restos de soldados franceses, sepultados en la fosa común de una sima natural en el calizo Páramo de la Lora, víctimas derrotadas de una cruenta batalla que enfrentó en las cercanías de Revilla de Pomar a las tropas napoleónicas con un regimiento de húsares cántabros a las órdenes del General Porlier.

El pozo era la única entrada a una bella cueva cárstica que, como la cripta de un templo gaudiniano, albergó los restos en el silencio y la oscuridad vigiladas por el Menhir de Canto Hito, hasta que su secreto fuese descubierto en el año 1904 por el sacerdote de Puentetoma, aficionado a la espeleología, Don Luciano Huidobro.

Uno de los mágicos rincones de la Cueva de los Franceses

Ese fue el origen y motivo de la denominación del Monumento Natural de Revilla de Pomar, conocido como la Cueva de los Franceses.

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