Como todos los años, al finalizar el verano laboral y en vísperas del recomienzo del curso escolar, la gran mayoría de las casas y calles de Revilla de Pomar vuelven a vaciarse... o casi.
Dentro de la última maleta se guardan los restos de la animación y el bullicio que durante el mes de agosto han reinado en todos los rincones del pueblo, alterando los tranquilos biorritmos cotidianos del resto del año.
Ambas situaciones ambientales tienen el encanto y atractivo que constituyen la cara amable de una moneda que también tiene otra, más preocupante para quienes hemos elegido este pueblo como residencia permanente, convirtiéndonos en unos más de los poquísimos vecinos que asumimos que Revilla de Pomar es más, o debería serlo, que un sitio de ocio y veraneo.
La otra cara, menos visible, de la misma moneda, su "cruz", es la despoblación de Revilla como en toda la comarca y los problemas que lleva aparejados, en un ciclo que se retroalimenta constantemente. La irreversible ecuación de a menos habitantes, menos servicios, y a menos servicios, menos habitantes.
Éste, como tantos otros núcleos rurales españoles, ha vivido históricamente de la agricultura y la ganadería. De aquel pasado quedan vestigios que, por lo que se oye, sufren muchísimas dificultades añadidas a la natural dureza y constante dedicación de su trabajo cotidiano.
Parece claro que, la tendencia marcada para el desarrollo y revitalización de todo el municipio de Pomar de Valdivia, al que Revilla pertenece, es el turismo rural y cultural, además de las aparentemente necesarias mejoras para mantener y reactivar las explotaciones agrícolas y ganaderas, con nuevas y modernas fórmulas que retengan y atraigan a la juventud renovadora. De hecho las principales inversiones efectuadas en los últimos cuatro años por la Diputación de Palencia y la Junta de Castilla y León han estado orientadas en la dirección de mejorar y difundir los atractivos turísticos de la zona.
Pero, no nos engañemos, hacer sólo eso es dejar las cosas a medias, porque el turismo es un motor económico coyuntural que, en estos tiempos, genera menos recursos de los que se invierten y requieren para atraerlo. Si las circunstancias presentes se mantienen todavía varios años, y nada indica lo contrario, habría que aplicar otras medidas complementarias para evitar que el mundo rural siga despoblándose y que los nuevos emprendedores y nuevos pobladores que se afincan puedan permanecer y desarrollar sus proyectos en beneficio propio y de la colectividad, generando empleo y nueva riqueza, como ha venido ocurriendo en otros lugares con más tradición en este sector.
Y hay mucho por hacer y mucho más barato que lo ya hecho. Sólo hay que imitar a los que nos aventajan en experiencia y resultados, aplicando tanto soluciones conocidas como otras más imaginativas.
Por nuestra parte, seguiremos trabajando con ilusión y difundiendo este maravilloso lugar que ahora es nuestra casa. Una casa con nombre propio, CASA FLORENCIO, el hogar antiguo en el que vivimos y trabajamos las cuatro estaciones del año. Es el pueblo donde hemos invertido todo, donde hemos hecho amigos locales y de toda España, porque sentimos pasión por lo nuestro, como reza el eslogan de la Diputación.
Hotel Rural «CASA FLORENCIO» es una casona de piedra, cuidadosamente restaurada, con encanto rural. Seis confortables habitaciones dobles y camas supletorias (16 plazas). Calefacción, TV y Wi-Fi en todas las habitaciones. Acogedor Restaurante de excelente cocina y salón con gran chimenea. Es un cálido hogar de ocio y descanso, en un emplazamiento privilegiado y lleno de atractivos de la Montaña Palentina, en Revilla de Pomar (Pomar de Valdivia) muy cerca de Aguilar de Campoo y de Cantabria.
viernes, 3 de septiembre de 2010
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1 comentario:
Aunque he viajado mucho, tanto por ocio como por trabajo, en ningún lugar he encontrado todo lo que ofrece amplia y generosamente el Hotel Rural CASA FLORENCIO. Un trato familiar, educado y amable; un excelente servicio; habitaciones limpias y acogedoras; una decoración cuidada en todos los detalles que crean una atmósfera inigualable; el encanto incomparablemente cálido de la piedra y la madera; la excelente cocina de su encantador restaurante, saboreada con la inmejorable selección musical como relajante fondo envolvente... En fin, una experiencia idílica enmarcada en un enclave privilegiado de la Montaña Palentina, en el que sorprenden la cantidad y calidad de fascinantes descubrimientos, tanto naturales como culturales.
Todo maravilloso, sin matices, y gozando de una paz y tranquilidad que borran el estrés y reconcilian con los viejos placeres olvidados en las ciudades.
Sin duda alguna, lo recomiendo y volveré con frecuencia.
Rodrigo
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